“Los antiguos senderos de las serranías castellanas, casi olvidados e invadidos pacíficamente por jaras y urces, responden efectivamente a otras épocas pasadas; poseían otro espíritu muy diustante del de las actuales carreteras. No eran tan prácticos ni eficaces en su trazado, pero si constantes en su trepar, revuelta tras revuelta, por los recuestos. Con su serpentear se premiaba más la constancia que la rapidez, el esfuerzo continuado que la extenuación, la quietud y el silencio que el ruido”
(Manuel Rincón, Montañas de Castilla y Leon)
Senderistas, caminantes, montañeros, excursionistas …. Distintas denominaciones para ese arte de ponerse en camino, de calzarse las botas y esforzarse por sendas abruptas buscando siempre la vertical, la línea ascendente, hacia esa lejana línea de cumbres que guarda celosamente la promesa de paisajes increíbles.
Hay otra palabra hodierna que resulta un poco chirriante: “trail runners”, signos de unos tiempos que van cambiando, pero que, en este sencillo inicio del blog, prefiero no comentar, por ahora.
Así que convengamos que andar es un arte, en especial ese andar que encamina a las montañas por el mero placer de estar alli, con la única misión y “utiidad” de llenar nuestro espíritu, no es tanto la pretensión de alcanzar un objetivo, sino de alimentar esa necesidad de llenarse de alturas, de paisajes inmarcesibles, prácticamente inalterados, de escuchar el silencio, el murmullo de las hojas, o la vieja canción de los arroyos cuando requiebran en las escorrentías pedregosas.
La montaña es un sentimiento, muchos han hablado ya de ello, y de eso voy a tratar en el blog
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